El ojo puesto en las raÃces, fotografÃas de Jorge Ontiveros
Miercoles, 21 de Marzo de 2018
Octavio Nava / Retina Magazine
Dentro de los géneros de la fotografÃa, la captura de la cotidianidad de los grupos indigenas a sido una constante en el trabajo fotografico que ha fascinado desde sus primeros años a Jorge Ontiveros quien trabajó con diversos grupos originarios y nos transporta a un momento que pareciese suspendido, aqui el tiempo la tradicion oral, la tierra, el sentir de la piel cobriza envuelve, transumuta al que desea capturar el instante.
Aqui se debe de experimentar para después se lograr ver, su todo con la tierra, con la comunidad, dejar atras lo individual para volverse colectivo, el tequio se impregna a la piel, la fotografia debe ser el fruto de una dicotomia hombre cosmos, disposicion de lo interior, sentimientos que se desbordan sobre objetos, tambores, plumas, chirimias, se vuelven parte ya del danzante, la planta, la raiz, el peyote, el hongo, acompanantes y maestros milenarios, virgilios de tierra naciente, tranportan a un viaje lineal, amigo maestro peyote el sera camino directo, al venado que nos conducira al sendero del wirikuta, camino y fin, el ojo escudrinador debera ser un testigo real y pasar inadvertido en la comunidad.
Mimeizarse en la celebracion ser parte de ella no ser un ajeno, un testigo leal de ese mundo que por momentos lo acepto, dicho de otro modo sentir un amor solidario con ese pueblo milenario, que acepto mostrarse un poco, via sus celebraciones y danzas.
México con sus campos llenos de magueyes, nopales cubiertos de espinas, debe de ser amado y temido y su raiz fuendamental es la veta enorme de las culturas indigenas, atrae y subyuga con sus imagenes de vegetacion, el mundo magico de los ritos, halo sagrado de un pasado magestuoso, venerar lo divino, aqui la vida es parte de la creencia, lo divino bajado a lo terrestre por medio de la danza y el canto, en esta magia podemos identificar lo otro, lo magico.
Y capturar eso con la cámara no es facil, el sol quema todo y en un segundo Jorge se topa con el diablo con rojiza mascara que lo contempla, los canticos primero parecen un murmullo donde vuelan los colibries, la palabras raspan la mandubula del animal sacrificado, las chirimias, golpean los oidos como inundando el silencio, cantos letanias en lenguas que se ocultaron del extranjero asesino, vuelven a salir de las sombras, el monte se cubre de pies, la mascara es ser propio no pide nada ella vive desde antes de los vergantines, la crus expuesta comparte espacio con el fuego, con la lluvia y el olor a copal se impregna en la piel, la fiesta se agiganta dejan de ser hombres cobrizos.
Para transformarse en jaguares blancos con manchas oscuras, o espaldas morenas cargadas de manchas blancas, rien, se mueven, danzan y gritan a un compas emergido de lo mas profundo de la vida y aun de la muerte.
El jaguar se pasea silencioso entre los danzantes, el sol lo devorara despues ya en el ocaso del dia, el fuego y los pies llenos de caracoles, seguriran un interminable paso, mientras las cihuateteotl acompanan al jaguar a su ultima morada, sus colores son una orgia de vida, sus pequeños ojos de obsidiana se iluminan con el resplandor de luz diminuta, la mujer con la cara arrugada enciende las vela y las siluetas caen sobre las flores de zempoxochitl, el fuego delinea el rostro moreno del raramuri, el ensimismamiento es enorme, un principio y final que sobrevive en la majestuosidad de una coatlicue, el copal y las flores acaparan los sentidos la boca de la anciana aviva el humo y deposita la veladora donde estan ya las otras luces que senalan y alumbran la morada de los muertos...